Una reflexión…

Ayer estaba reunido con una madre y un padre, comentando la dificultad que tiene su hijo para reconocer sus emociones. Ellos subrayaban la importancia de que fuera desarrollando esa habilidad ya que habían leído en algún blog que le ayudaría a vivir más feliz y tranquilo. Entonces yo les hice una pregunta totalmente neutra, para obtener un poco de información. Les pregunté: “Que hace vuestro hijo cuando sale del cole?”. Su respuesta me dejó boquiabierto. “Pues, hombre, queremos que sea un chico espabilado. Los lunes hace karate y robótica, los martes básquet, inglés y repaso; los miércoles…”. La lista de actividades extraescolares se alargó hasta límites insospechados, a lo que habría que sumar los partidos y exhibiciones del fin de semana, más los deberes del colegio. Ante tal avalancha, la única pregunta que mi mente atinó a susurrar fue: “¿De donde queréis que saque vuestro hijo el tiempo para reconocer sus emociones?”. Los papis se quedaron mudos. Y lo mejor de todo, la pregunta resonó en mi cabeza y me llevó a plantearme si quiero apuntar a mi hija a tantas actividades como había pensado esa misma semana.

La verdad es que el tiempo, se ha vuelto un bien muy preciado. Nuestras hijas e hijos confían en que vamos a ocuparles su tiempo de una forma razonable o, como mínimo, responsable. ¿Porque no buscar un pequeño momento al día en el que poder sentarnos a, simplemente, respirar? Podemos escuchar a nuestra mente, pero sin el afán de resolver, podemos escuchar a nuestro cuerpo, pero sin la queja ni la preocupación, podemos sentarnos a SER. Conectarnos a la respiración y observar qué sucede, sin esperar, sin juzgar.

Y si nuestras hijas e hijos ven que lo hacemos, tal vez ell@s se animen también. Y tal vez entonces, y solo entonces, puedan empezar a prestar atención y reconocer sus propias emociones.

Seamos el ejemplo de nuestras hijas e hijos. Seamos el cambio que queremos ver en el mundo.