La sexualidad en la adolescencia
Durante la pubertad se produce una eclosión intelectual, un cambio brusco que inicia el pasaje de un pensamiento de tipo concreto a un pensamiento más abstracto, proceso que llevará aún muchos años hasta llegar a su fin. Ya no es imprescindible ver y tocar las cosas para comprenderlas; poco a poco será posible conocer y comprender un concepto o una idea abstractos, hablar de lo lejano y de lo hipotético, real o imaginado, o razonar sobre las cosas apoyándose en la noción de probabilidad.
Si el niño evoluciona favorablemente, será capaz de llegar a un estadio intelectual más evolucionado en el cual será capaz de valorar diferentes soluciones frente a un problema, prever las consecuencias al actuar de una u otra forma y reflexionar sobre distintas realidades posibles. También podrá desarrollar su capacidad crítica frente a las explicaciones y los hechos que antes se le presentaban como verdades indiscutibles.
Durante la infancia los niños pueden hacer más o menos caso a sus padres, pueden portarse mejor o peor, cumplir con las normas familiares o desobedecerlas, pero creerán firmemente en aquello que sus padres les digan y pensarán de forma muy similar a ellos porque consideran que las pautas familiares son verdaderas e incuestionables. Los hijos comparten mucho tiempo con sus padres, los admiran y suelen ser su referente fundamental; son los que saben, los que tienen opiniones valiosas sobre todos los temas, los que guían y aconsejan al niño frente a un problema.
En la pubertad las cosas empiezan a cambiar, ya se sueltan la mano para caminar por la calle, quieren ir solos al colegio o a hacer algún recado cerca de casa. Comienzan los movimientos de sepa ración para lograr la futura independencia de los padres, necesitan diferenciarse y empezar a verse a sí mismos como individuos distintos. Y esto está bien; es el camino que han de recorrer en la preparación para llegar a ser adultos independientes.
Comienza el desarrollo de su código moral y de sus propios puntos de vista con respecto a la manera de vivir o de relacionarse, que pueden chocar con los puntos de vista de sus padres o del círculo social al que pertenecen.
Ahora cuestionan y buscan su identidad, construyen su propia forma de pensar, de sentir y de ser, y esto muchas veces los lleva a «separarse» de sus padres para diferenciarse de lo conocido y encontrar un camino propio. A partir de los 11 o 12 años los niños sienten la necesidad de cuestionar a los padres y, si es preciso, de enfrentarse a ellos.
Los padres de la infancia eran padres ideales mientras que los padres de la pubertad se vuelven personas corrientes porque sus hijos ya no los idealizan como antes. Los púberes se sienten con derecho a disentir, consideran que algunas ideas u opiniones de los padres son equivocadas o anticuadas y construyen su propia escala de valores, estableciendo diferencias con respecto a la de sus padres.
No es fácil aceptar la situación cuando los niños comienzan a diferenciarse de sus padres porque implica hacerse a la idea de que están creciendo y formando sus propias opiniones sobre temas que creíamos que ya tenían muy claros. Los padres pueden pensar que se produce un retroceso en la educación porque algunas ideas que se daban por instauradas hay que explicarlas otra vez más.
Pero no hay que desanimarse sino seguir esforzándose en transmitir aquellos valores que como padres consideramos importantes y dignos de ser enseñados.
Si los padres desean un hijo con sentido crítico, capaz de cuestionar lo que se le pretende imponer y decir no a lo que no le gusta, deben probar un poco de su propia medicina, es decir, deben aceptar ser cuestionados, criticados y desidealizados. Es un proceso esperable y deseable.
Esto no significa claudicar y dejarlos solos, abandonarlos a sus propias ideas y formas de pensar o sentir. Debemos estar ahí al lado, acompañarlos, fieles a nuestros valores pero sin intentar imponerlos de forma autoritaria.
Debemos aprender a escuchar a nuestros hijos si queremos que nos escuchen, discutir con ellos amigablemente, dar nuestras opiniones pero respetando las suyas aunque no coincidan.
Lo cierto es que todavía son niños, así que la tarea de los padres en esta etapa es ayudarlos a sentirse seguros y guiarlos en ese camino hacia la adultez, que no estén ni se sientan solos. No debemos imponerles maneras de pensar pero tampoco ir al otro extremo y considerar que son independientes y que podemos dejarlos a su aire. Necesitan una guía que los ayude a evolucionar, que los aliente y que no les muestre sus contradicciones de forma humillante o en público.
El papel de los adultos en general, y de los padres en particular, es ayudarlos a estructurar y a planificar su pensamiento. Es necesario argumentar, explicarse y hacerles sugerencias concretas sin imponer el criterio propio; lo recomendable es enseñar a los púberes a razonar por sí mismos para que puedan tomar decisiones.
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