La acción del niño
Los primeros años de vida de los niños son una etapa especialmente sensible para todo el desarrollo posterior. Las vivencias van a ser los pilares sobre los cuales, el niño va a construirse a nivel psicológico y emocional, es decir, a partir del cuerpo y el movimiento, se va a producir la maduración de las funciones neurológicas y la adquisición de procesos cognitivos y todo esto, revestido de un contenido emocional, basado en la intencionalidad, la motivación y la relación con el otro.
Desde el momento del nacimiento, el bebé entra en una dinámica de relación y búsqueda de comunicación con su entorno a través del cuerpo. Esta dinámica le permite, por un lado conocer el entorno que le rodea, y por otro, tomar conciencia de sí mismo. De esta manera, se produce una interacción con el medio (mundo de los objetos), con los demás (depende de ellos para satisfacer sus necesidades vitales y afectivas) y consigo mismo (su cuerpo como medio de relación) que permitirá el desarrollo del niño y su evolución.
Cuando el bebé actúa sobre el medio lo transforma y ve que lo transforma y a la vez es transformado, esto le estimula a seguir explorando, buscando, descubriendo… a ir conociendo y conociéndose.
Todas las representaciones mentales, tanto conscientes como inconscientes, maduran a partir de la acción. La acción es una representación del propio niño (el niño es y está en sus acciones).
Un niño que siente placer al actuar y transformar, está en un acto de pensamiento, el placer de hacer es el placer de pensar. Y pensar significa tener conceptos: el niño en sus primeros años de vida, con sus movimientos, desplazamientos, sus actividades y sus juegos está pensando. Cuando juega con los otros y con los objetos, está pensando. Pero piensa en acción, es un pensamiento que aún no está separado de la acción y si no se pone en acción, no piensa. Tendrá que pasar bastante tiempo hasta que el pensamiento no esté sujeto a la acción, esto será hacia los 6 o 7 años. Por tanto, la acción es lo que estructura la mente, lo que ayuda a crear las primeras formas de pensamiento.
La actividad más importante de la infancia es el juego. El juego es pensamiento en el niño, le ayuda a evolucionar y desarrollarse. Mediante el juego, aprendemos a construirnos como personas en relación con los otros. Además, el juego es un acto creativo y lo que le da valor y profundidad es su componente simbólico, ya que nos permite representar imágenes, proyectarlas, recrearlas, … Crear o construir imágenes permite al niño desarrollar su imaginación.
Por otro lado, el juego es el único medio que tiene el niño para expresar sus contenidos psíquicos inconscientes, relacionados con la pérdida (presencia-ausencia) y el reencuentro (aparecer-desaparecer). Para el niño, el juego tiene una función reaseguradora respecto a todo lo que le preocupa (ausencia, separación, …) le ayuda a elaborar sus angustias y le proporciona la seguridad necesaria para su evolución.
El juego no tiene objetivos concretos y sus funciones son favorecer el crecimiento y la adaptación: le motiva en la investigación del medio, establece vínculos afectivos y las bases de la comunicación y ayuda a ir comprendiendo la realidad.
Todo esto, ayudará al niño en su proceso de descentración, que es la capacidad de entender el mundo separado de los propios parámetros afectivos, emocionales y pulsionales, es decir, le ayudará a integrar las emociones en imágenes (hasta que adquiera el lenguaje) y poco a poco, podrá ir poniendo distancia a ciertas emociones.
El placer de la acción, por un lado es un proceso de aseguramiento, porque la acción canaliza la impulsividad motriz a través del ritmo y la repetición. Por otro, cuando el niño actúa libre, mantiene la atención, controla su movimiento y si los adultos significativos se interesan por lo que hace, él se sentirá respetado y apreciado, tomando confianza en sí mismo. Es muy importante que el niño haga, pero tiene que ser mirado, para que su hacer evolucione y madure.
El niño integra representaciones cuando repite su acción y observa, compara, memoriza, piensa, sabe, imagina, anticipa, … Tiene necesidad de actuar y de vivir muchas experiencias para poder llegar a pensar sin actuar (6 o 7 años). Esto permitirá que el niño pueda acceder al “hacer como si” a “hacer simulación” de lo real.
Con todo lo expuesto, podemos decir que el juego ayuda a armonizar el desarrollo global del niño a nivel de:
Capacidades motrices. El juego le estimula en la realización de acciones y su organización sensorial, desde las más elementales como gatear, correr, saltar, … que son fundamentales para adquirir un buen equilibrio, agilidad, fuerza, orientación espacial… y le ayuda a expresar y expresarse, tanto a nivel consciente como inconsciente, a comprender las relaciones con los otros, los límites de su actuación, a asumir ciertos niveles de frustración (estructurante), … es decir, le ayuda a abrirse a las relaciones e ir comprendiéndolas.
Adquisición de parámetros cognitivos de la realidad. El juego le ayuda a situar sus acciones en los parámetros de espacio y tiempo. A descubrir las características de los objetos (forma, medida, …) y a comprender sus funciones.
El juego evoluciona con la edad, pasando de unos juegos más motores y sensoriales a unos de carácter simbólico y estos, permiten el acceso a los juegos de reglas que aportan al niño, hacia los 7 años, la compresión de las normas de la vida social.
En definitiva, el sentido y la importancia de las acciones del niño, lo llevan a adaptarse, comunicarse y relacionarse, para así, poder construir la realidad y poco a poco ir descentrándose respecto de sus propias emociones.
Carmen Leiva
Psicóloga especialista en Psicomotricidad
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