El duelo infantil

Acompañar a un niño en la despedida de un ser querido es una situación muy difícil, donde es natural no saber muy bien cuál es la postura adecuada ni cómo ayudarle. Comprendemos que la pena y el dolor es natural en el duelo, e incluso necesario al despedir a alguien querido, pero no solemos permitir que esta pena la sufran los más pequeños, intentando protegerlos de situaciones emotivas, con gran voluntad de despistarlos o distraerlos, o incluso, no permitirles su presencia y/o participación en los diferentes actos.  En ocasiones, los niños se ven “obligados” a vivir el episodio en silencio, con confusión y rechazando los sentimientos de tristeza y dolor, viviendo la situación de manera más traumática y atormentada de lo natural.

Los padres no suelen ser conscientes del perjuicio, ya que vivimos en una sociedad donde damos la espalda al dolor y donde la muerte es tabú, evitando los sentimientos que despierta y validando únicamente emocionalidades positivas. Es crucial no caer en esta trampa, y comprender que cualquier duelo, sea de un familiar próximo, o el de una mascota, despierta malestar, dolor y preguntas confusa en el niño, quien necesitará del apoyo y ayuda del adulto para comprenderlo y superarlo de la mejor manera posible.

Las preguntas y curiosidades que la muerte generan en los niños dependen de la edad y la naturaleza de la pérdida. Mientras que un niño pequeño, de unos 5 años, le preocupa como ocupará el tiempo en el cielo su ser querido, a los 9 años les angustia saber dónde irán, o que pasará con el cuerpo; en la pre adolescencia les inquieta el proceso posterior, los cambios y miedos asociados, o cuando dejará de aquejarse la familia. La racionalidad ayuda a los adolescentes, que comprenden el duelo de manera semejante a los adultos, padeciendo el sufrimiento, complejidad, y cuestionando el proceso de ciclo vital.

Es aconsejable responder a las diferentes preguntas e inquietudes que despiertan en los pequeños, que comprendan lo que ha sucedido, saber si son capaces de expresar sus sentimientos y, sobretodo, no cuestionar sus respuestas ni adaptación, ya que no siempre se procesan de manera inmediata ni están preparados para comprender des del inicio el duelo. Los niños más pequeños no suelen responder a la pérdida por incomprensión del hecho en sí, elaborando progresivamente el concepto al extrañar, día tras día, al ser querido.

Comprendiendo que cada niño vivirá su proceso de duelo de manera diferente, algunas orientaciones útiles serían:

No demorar la noticia, siendo los padres, o en su ausencia alguien cercano, quien lo comunique de manera sosegada y pausada; no es necesario demasiadas explicaciones ni detalles, pero si responder a sus cuestiones y preguntar que necesita.

Ser completamente honesto, sin apartarle de la realidad, ya que son consciente de que alguna cosa esta pasando y del sufrimiento de sus seres queridos.

Evitar expresiones ambiguas, como que se ha ido, o que está en un largo viaje, alimentando la confusión del niño e impidiendo la elaboración del duelo, cronificando una pérdida no resuelta.

Permitirle que participe en los ritos funerarios, si lo desea, y adaptando su momento evolutivo, ya que le ayudará a comprender el proceso de duelo y a elaborarlo de manera más natural. Nunca forzar su presencia o participación, preguntando siempre sobre su voluntad de actuación.

Aumentar la sensibilidad y empatía, con escucha y compartiendo emocionalidad, más muestras de cariño, proporcionando sentimiento de seguridad y mostrándote, física y emocionalmente, cerca y disponible durante todo el proceso.

Favorecer la despedida canalizando los sentimientos y el dolor. La realización de un ritual o actividad puede facilitar la despedida, como la elaboración de un dibujo, escribir una carta, realizar un álbum de fotos o recolectar recuerdos.

Posibilitar la expresión de sentimientos, sea cual sea su respuesta inmediata, sin obligar a hacerlo si los reprime, o facilitándolos a partir de nuestras reflexiones.

Permitir que elabore las fases de duelo: al igual que el adulto, el niño puede experimentar diferentes estados anímicos para gestionar la pérdida y elaborar una nueva adaptación, apareciendo varias respuestas, como rabietas intensas, problemas de sueño o alimentación, mal comportamiento, conductas infantiles, miedos excesivos…

La vuelta a la rutina favorece la superación y adaptación de la pérdida, aunque hay que estar pendiente, en los días posteriores, de la evolución y manifestaciones psicosomáticas y emocionales mostradas. La prolongación excesiva en el tiempo del desánimo con apatía, desinterés por amistades, el abandono de actividades placenteras, o el aumento de alteraciones y dolores, pueden ser signos alarmantes de un proceso de duelo no elaborado, donde será conveniente contactar con un profesional para que valore la situación, facilite la adaptación y pueda asesorar a la familia.

Marta Carrera

Psicóloga especialista en Clínica y Salud

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